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jueves, 14 de julio de 2011

Un bus, una playa y yo.

Hoy 14 de julio. Me montó detenidamente en el bus, veo a cada persona, trato de identificar cada mirada pero es imposible. Me siento. Suena una canción conocida llamada Unwritten, es realmente preciosa y mientras las personas se atormentaban con su propio sonido de voz, yo cantaba y observaba el mundo exterior desde aquella ventanilla.
 Veía pasar coches, azules, rojos, blancos e incluso verdes, en fin, pensaba en mis dos semanas restantes, en el tiempo que he vivido en esta magnífica ciudad y aunque me esperan algunas dificultades, no me arrepiento de nada. El bus pasa por Plaza Luceros, mi cabeza comienza a inundarse de recuerdos, momentos a los cuales les saqué el mayor provecho. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, estoy ahí en la autopista y con vista al mar, el mar que me dejó impresionada la primera vez que lo vi, pero hay alguien que no me permite ver completamente este paisaje, es mi madre. Veo su rostro, su piel y de repente voltea y me sonríe, le devuelvo una sonrisa calmada, noto algo distinto, está triste, tiene su nariz roja y una gota recorre su mejilla. Volteo al otro lado para no llamar la atención. El bus sigue moviéndose. De repente, pasamos por una playa, La Isleta, me doy cuenta que nunca he ido a esa playa y tampoco me apetece ir. El bus sigue su camino y rápidamente mi madre y yo nos encontramos caminando hacia casa…
Hambrientas pero contentas, entramos y buscamos algo de comer….
Al terminar, sentadas en un sofá marrón, nos reímos, nos miramos y finalmente, nos volvemos a reír. Luego, al enseriarnos ella me aconseja, me prepara para una vida sin su sonrisa, sin su tranquilidad y sin su voz. Me dice que mantenga la calma, en ese instante, vuelvo a ver otra lágrima deslizándose por su pómulo. No quiero verla llorar, me duelen sus lágrimas…
Alrededor de las seis de la tarde decidimos ir a la playa para buscar un momento de paz. Al llegar, estiramos nuestra gran toalla naranja y nos echamos allí. Mientras ella duerme, yo leo mi libro. Finalmente, llega el momento en el que yo dejo mi libro a un lado y ella comienza a bromear. Ambas jugando y bromeando en una playa, sin importar quien venga o quien nos mire. Somos nosotras otra vez, como solíamos ser hace un año y como seremos para siempre. Al pasar dos horas ya queremos irnos, ella comienza a recoger todas nuestras pertenencias mientras yo estoy sentada en la orilla y siento como el agua cosquillea los dedos de mis pies. Río, pero tengo ganas de llorar y como siempre trato de ocultar la verdad de mis sentimientos. Veo a los niños corretear a mi lado. Observo cada persona, cada mirada y cada expresión, realmente me encanta contemplar a la gente. Todos somos distintos. Me detengo a mirar el oleaje, veo como las olas llegan a la orilla, se forma la espuma y en un pestañeo, ya, una gran parte del agua se ha sumergido entre la arena.
En el momento en el que mi sentido del olfato comienza a deleitarse con ese olor, tan puro y tranquilo que transmite la playa, no hallo manera de querer abandonar el lugar, de dejar de vivirlo. Quiero quedarme allí para siempre, o por lo menos hasta que el agua del mar se evapore completamente algo que, nunca ocurrirá.
Ahora, tengo que leer un correo. No sé de que se trata, no sé si será algo que podrá hacerme esbozar una sonrisa o algo que multiplique mi tristeza. Me mata la intriga.
                                                                                                                                                Os quiere, S.

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